El arte como alimento vital, Lucas Gatica (2020)

Reflexiones sobre la pandemia y el impacto en el sector artístico

Los momentos de grandes tensiones y shocks suelen traer consigo importantes cambios sociales y psicológicos. Esta pandemia del coronavirus nos arrojó a un obligatorio confinamiento que, entre otras cosas, trastocó nuestra forma de acceder, realizar y disfrutar del arte y la cultura. Posiblemente, la pandemia nos dejará transformados -si es que ya no lo hizo- al menos por un buen tiempo. Estas mutaciones tendrán sus influjos en distintos ámbitos como, por ejemplo, lo educativo, lo laboral, el consumo, la (tele)medicina y, también, lo artístico. Sobre estos cambios y giros que pueden estar aconteciendo en el sector del arte se ha venido señalando, mayoritariamente, que a raíz de la pandemia el capitalismo y la producción han tenido un duro revés y, por tanto, el sistema del arte se verá tocado indefectiblemente. Esto lleva a que los/as artistas y las instituciones comiencen a meditar sobre un modelo de creación y producción más funcional y adaptado a los tiempos que vivimos.

Ahora bien, el paisaje de estos últimos meses ha sido desolador: conciertos suspendidos, librerías cerradas, museos vacíos, al igual que teatros, auditorios, escuelas de danza y otros espacios creativos. Afortunadamente el virus nos encontró en el entrado siglo XXI, con todo lo bueno y malo que eso implica. Gracias a Internet, dispositivos electrónicos y otros avances, hemos gozado de la cultura como si nada hubiera pasado. Más aún, hemos exprimido esta esfera de nuestra vida cotidiana como hacía tiempo que no lo hacíamos. Digo esfera de la vida cotidiana porque la cultura es una presencia constante en nuestro día a día, aunque la mayoría del tiempo la pasemos por alto e ignoremos.

Por ello, el confinamiento no se entendería -y hubiera sido casi letal para todos- sin el acceso a la cultura y el arte. Nos hemos aferrado a ella como si de un salvavidas se tratara.

No obviamos que en estos tiempos difíciles los creadores y creadoras de arte asistieron al espectáculo de ver caer sus ingresos y han tenido que reinventarse a través de esa red intangible llamada Internet. Clases de danza o conciertos en las redes son algunas de las alternativas germinadas durante el estado de alarma. Manotazos de ahogado, salidas insuficientes para un sector ya infravalorado y ninguneado en su historia, pero que gracias al confinamiento ha demostrado ser “un bien de primera necesidad”. Esencial.

En esta cuarentena estuvimos escuchando música, mirando películas, series y obras de teatro, hemos leído -periódicos, revistas, libros-, hemos entrado a los museos más reconocidos del mundo, todo a través de una pantalla, a fuerza de clic. Así como el confinamiento disparó la compra de papel higiénico y el consumo de alcohol, también ha acentuado el consumo de la cultura, un alimento vital para nosotros, animales sociales. La cultura ha sacado músculo y nos ha auxiliado en estos tiempos oscuros. Hemos consumido contenidos culturales y artísticos como nunca y todo desde nuestro sofá, con un dispositivo móvil y pantalla de por medio. Esta máquina de Dios, este acelerador de partículas bautizado coronavirus hizo que la cultura y el arte hayan brotado con fuerzas.

Por ello, la cultura y el arte se erigen como salvavidas, como salvoconductos en momentos como el que empezamos a vivir en el ya lejano marzo de 2020. Es decir, lo cultural en todas sus aristas es un elemento de cohesión social y contenedor de ansiedades en tiempos de crisis. Y el coronavirus ha confirmado este fenómeno. Bien merecido tienen los trabajadores sanitarios los aplausos desde los balcones. Del mismo modo deberíamos aplaudir a los y las artistas que hicieron más amena toda esa pesadilla.

Tenemos el deber moral y la deuda pendiente para con los y las artistas. Creemos y esperamos que luego de esto las condiciones y medidas económicas mejoren para este grupo de la sociedad. Sus profesiones no son hobbies; lo que realizan no es algo para sacar un extra. Es un camino elegido, un oficio con todas las letras, una pasión. Debemos reivindicar al arte y a los y las artistas, percibirlos como trabajadores esenciales. Insistimos: este virus nos trajo aparejado el reclamo y concientización de la centralidad que la cultura y el arte ocupan en nuestras sociedades y vidas cotidianas.

Debemos preocuparnos por salvar vidas, claro, y, también, asegurar el resguardo de la creatividad y el arte. De nada valdrá refregar la importancia económica de la cultura en el PIB, si los y las artistas siguen en un escalón relegado, si a la hora de las campañas políticas muchos mensajes son dirigidos a este sector, pero luego esos mensajes son borrados con el codo. Formas para aproximarse a este resguardo del arte pueden imaginarse fácilmente. Por ejemplo, se viene discutiendo sobre la tasa Google, ¿por qué no imponer un impuesto a ciertas plataformas audiovisuales y que un porcentaje de ese impuesto sea directamente dirigido a las instituciones artísticas y los/as artistas? Si se quiere, se puede.

Como las monedas y la luna, todo tiene su otra cara. La otra cara de este salvavidas llamado cultura en la crisis del coronavirus es la saturación e hiperactividad: a cada hora hemos vivenciado una saturación de las emisiones y producciones culturales sin precedente. Una sobredosis de ofertas, de consumo y recomendaciones que bien podría jugar en contra. Algo de esto ha advertido el mentado filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2020, p. 108) cuando señala que a nuestra cultura contemporánea le es inherente el “exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación”. Con todo, esto era algo esperable, la hecatombe del virus produjo el avasallamiento de las redes sociales y la multiplicación de “productos y obligaciones”. También, como señaló Rafael Spregelburd (2020) este hiperconsumo de producciones artísticas puede decantarse en cierta banalización de la cultura, empujada por la masificación y vorágine de estos meses de accesos irrestrictos o democratización “pantonal”.

Sin embargo, esto no debe nublarnos y hacernos obviar que nuestros consumos también vienen reglados con toques de imposición, monopolios y depredación; dejando muchas veces a un costado a la intuición, gestión y selección personal. En palabras de David Harvey (2020, p. 95) “las reglas de distanciamiento social sugeridas podrían llevar, si la emergencia continúa el tiempo suficiente, a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará será lo que yo llamo la economía de Netflix, que da servicio, de todos modos, a los espectadores de atracón. De este modo, lo que el autor denuncia es el desborde del consumo audiovisual estilo hollywoodense o norteamericano, emplazado hoy y convertido como el lugar más idóneo para calmar el hambre de consumo mainstream rápido.

Aunque la opción de acceder a lo cultural desde la web ya existía antes de la pandemia, lo que hemos visto ha sido que las organizaciones se vieron obligadas a mover sus agendas hacia ese formato. Al tener más tiempo libre, hemos devorado estas ofertas y la gran mayoría han sido gratuitas. Lo que se ha profundizado ahora, si se quiere, son la intensificación y masificación de este tipo de consumo sin precedentes y que, de ese modo, altera la forma en que accedemos a la cultura. Por otra parte, ¿cómo afectará todo esto al receptor? ¿Volverá a salir a las calles a encontrarse con el arte, ver instalaciones, recorrer galerías? ¿O habrá cambios como consecuencia de este nuevo panorama? Ahora podemos bucear por los interiores de museos y galerías que antes implicaba viajar, gastar dinero, moverse. Hoy se puede hacer zoom sobre las obras, escoger el propio recorrido que se desea hacer, escuchar las guías virtuales, etc.

Suele decirse que la distancia da perspectiva y facilita la crítica y la aportación de argumentos. Tal vez es muy pronto para examinar con profundidad estos giros y mutaciones que acontecen en el sector del arte. En todo caso, se podría decir que el arte está dando señales de cambios, tanto en lo estrictamente de las instituciones e imaginarios sociales como en el ámbito de la praxis artística. Lo que podríamos sacar en limpio es que los caminos de la cultura y el arte están abiertos; son caminos por andar que contienen incertidumbres y cobijan transformaciones y creatividad.

De la soledad del artista al tono de guerra y el efecto mariposa

Los creadores son gente que vive buena parte de su tiempo en la soledad más auténtica, solitarios en sus estudios, acostumbrados al confinamiento. El virus les ha hecho redoblar el silencio en el cual se suelen sumergir. Ese silencio impuesto por el confinamiento viene a sumarse al de costumbre, pero que no significa ausencia de ruido y movimiento. Alain Corbin menciona ese espacio íntimo de los y las artistas como «las palabras del silencio». Y esa es otra de las facetas que esta pandemia nos puso sobre la mesa.

Es interesante notar que esta avalancha de artistas y producciones pueden señalar cierto cambio en la circulación de la cultura. Esto es, los espectadores no podían ir a ver al artista, es el artista el que fue en busca de espectadores apoyado en la tecnología. Lo paradójico es que la pandemia en vez de disminuir el número de espectáculos y público los ha reproducido y espoleado hacia arriba. Así, la crisis sanitaria y socioeconómica que vivimos nos entregó la oportunidad de ofertar y asistir a creaciones, de reinventar estos lugares centrales de representación, mediación e interpelación. En suma, es una paradoja que a ese obligado doble silencio y confinamiento de los y las artistas le vino acompañado un potencial aumento de sus seguidores y público.

Por otro lado, mucho se ha hablado del tono discursivo a modo de guerra de la gestión en los primeros momentos. Se nos decía que estábamos en guerra, que teníamos en frente a un enemigo invisible, desfilaban por las conferencias los altos mandos de la Guardia Civil, del Ejército. En ese contexto, si tomamos a la pandemia como una guerra, sería recomendable que el mundo de la cultura cargue sus armas y se aliste a la batalla, pero sin apuntarse al bombardeo. El mundo de la cultura y el arte deben estar en pie de guerra, dar pelea ahora y visibilizar beligerancias que antes fueron perdidas. Aprovechar el momento y seguir reclamando justicia.

Si bien estos primeros momentos de pandemia y pospandemia vendrán a ensanchar la fragilidad del ecosistema cultural, es esperable que a la larga la crisis reafirme el rol del arte como espacio de privilegio para vincularnos a los otros, interrogar nuestro presente e imaginar otros futuros posibles.

Como se mencionó, otra de las paradojas de lo acarreado por el virus ha sido que al mismo tiempo que los y las artistas han visto caer sus ingresos fuertemente, sus obras han sido cedidas de forma gratuita y sus productos se han visibilizado como nunca, han circulado como, tal vez, nunca se lo hubieran imaginado. Al no contar con la posibilidad de capitalizar esta circulación y oferta, muchos artistas se vieron en la encrucijada de compartir y brindar productos sin retorno económico. Aquí nos damos de bruces con otra de las discusiones acerca del arte, ¿debería ser gratuito todo el acceso a lo artístico? ¿Dónde está el umbral? ¿Cómo conciliar que el arte llegue a todos, se democratice y no esté vedado por cuestiones económicas? ¿Qué papel debe cumplir el Estado para con los y las artistas? ¿Qué papel debe cumplir el artista para con los espectadores? Preguntas para las cuales no tenemos respuestas, pero sí nos animamos a decir que el ámbito cultural y artístico debe ser un espacio de creación de sentido y de comunidad. Puesto esto, vale la pena que nos preguntemos de forma introspectiva y permanente sobre el valor que el arte genera y sobre su función pública. De ahí que la reflexión también debe partir del propio mundo del arte sobre el «para qué» y el «para quién» de sus proyectos.

Los pueblos originarios vienen señalándonos hace siglos que estamos, de alguna u otra manera, conectados entre todos, en comunión con la naturaleza. Con el paso firme de la modernidad nos hemos ido alejando de ese precepto y separando poco a poco la cultura de la de tierra, el arte del lenguaje, convirtiendo estos elementos en recursos, bienes, cosas, elementos al servicio del confort, del consumo y del intercambio. Algo de esto nos dijo Martin Heidegger con sus conceptos de avidez de novedades y las advertencias de cómo el ente se apodera de lo óntico, la cosa del ser.

En suma, vivimos en una era donde prima lo científico-tecnológico, y no debemos renegar de ello. La ciencia y la tecnología nos ayudan a vivir, a desarrollarnos, a ser mejores. Eso se ha convertido en una convicción indiscutida para la gran mayoría de la humanidad, pero hay otra convicción y que tiene que salir afirmada luego de esta pandemia: somos los otros, somos con los otros, poca cosa está suelta en el universo. Esta cuestión que venimos desarrollando aquí relacionada al papel de la cultura y del arte en esta crisis puede vincularse a la idea del efecto mariposa (1), que plantea la interconexión del planeta y que sostiene que todos somos un todo. Y como somos con los otros, deberíamos intentar cambiar algunas cosas luego de sobrevivirle a este coronavirus. Vivimos, además en la época científico-tecnológica, en un capitalismo feroz, y desde el arte es posible aportar algo para cambiar algunos aspectos insoportables de nuestra vida -por ejemplo, las desigualdades-. El arte enseña cosas y entre esas cosas que enseña es que se puede creer en utopías. Es posible y no tiene nada de malo creer en ellas. De este modo, nos acercaremos a aquellas concepciones de arte, a cierto origen primordial de lo humano.

Nuestra relación con el arte y la cultura es fundamental, atávica, necesaria e imprescindible. Tan necesario es el alimento y el sol para nuestras vidas, como lo es el pintar, hacer música, leer y escribir. “Todo niño es un artista. El problema es cómo seguir siendo artistas al crecer”, afirmaba Picasso. De esta manera, nos planteaba que el arte es inseparable de la condición humana. Los y las artistas además de transmitir emociones y una idea de mundo con su arte, contribuyen a la comunicación y se constituyen como mediadores, nos hacen reflexionar sobre temas variados como los problemas sociales, las identidades y la muerte. Por ello, es una herramienta educativa que puede cambiar la sociedad. También ha sido demostrada la capacidad del arte de curar. Distintas terapias basadas en el arte pueden brindar paz, esperanzas,  felicidad. La musicoterapia y el cine son un claro ejemplo de ello.

Si algo nos dejó esta situación inusual ha sido que, de a poco, hemos ido recuperando el valor del arte como experiencia libertaria, quitándole su valor exclusivamente mercantil y regresándola al terreno de la libertad humana, la sensibilidad y la indagación introspectiva y de mundos posibles.

Predecir cuánto cambiará el mundo del arte y nuestra sociedad después de lo que estamos pasando es imposible. Lo que suele suceder, y la historia así lo ha hecho notar, es que luego de las crisis económicas uno de los sectores que suele verse más tocado es el mundo de la cultura. Sin dudas, este sector estará en la cuerda floja en este periodo que viene y habrá que estar atento.

¿Qué pasa con todas los y las artistas que en un abrir y cerrar de ojos se ven con sus eventos, espectáculos, exposiciones cancelados? Se podrá gritar y acusar a tal o cual, pero uno de los valores de una sociedad reside en saber dar soluciones coherentes a sus problemas, en saber cuidar de sus eslabones más débiles porque, de nuevo, todos y todas somos esenciales.

De esos eslabones que componen el entramado artístico, entre los más perjudicados siempre están los/as propios/as artistas y las instituciones que les dan cobijo. Aventurar juicios en este momento puede ser atrevido, pero hay esperanzas de mejoras y de que lleguen estrategias estructurales para el sector. En ese contexto, espacios e instituciones como BilbaoArte son imprescindibles.

Más allá de eso, el arte siempre sobrevive y nosotros la viviremos en las calles y en los hogares, por más que una pandemia trastoque el planeta entero tal como lo entendíamos hasta ahora. Más allá de que el arte se vea apelado y exigido a trasformaciones en sus dinámicas de circulación y consumo, prevalecerá.

(1)  «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».

Referencias

– Byung-Chul, H. (2020). “La emergencia viral y el mundo de mañana”, en Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, p.97-112. Editorial ASPO.

– Harvey, D. (2020). “Política anticapitalista en tiempos de COVID-19”, en Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, p. 79-96. Editorial ASPO.

– Spregelburd, R. (2020). “El año del cochino”, en La Fiebre, p. 89-118. Editorial ASPO.

Lucas Gatica. Licenciado en Psicología (Universidad de Córdoba, Argentina). Máster en Psicología de la Intervención Social (Universidad de Deusto). Actualmente cursa el doctorado en Derechos Humanos: retos éticos, sociales y políticos (Universidad de Deusto). Colabora con medios gráficos y digitales. Sus intereses son el mundo de la cultura, los temas sociopolíticos y la actualidad.

Obtuvo la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (2017) y la Beca de la Cátedra Unesco  de Recursos Humanos para América Latina de la Universidad de Deusto (2019-2020; 2020-2021).