En la calle andaba mucha gente, Daniela Rojas (2020)

Visiones de un acontecer

En la calle andaba mucha gente, las personas se estrellaban unas con otras, más aún en los espacios que solían ser los más transitados, parecía que un andar ciego les impulsaba. Sin ver el camino, muchos miraban hacia abajo, no para ver sus pasos o los del otro, sino sus móviles, sin notar el movimiento propio o ajeno, en un caminar bloqueado, donde la desconexión les (o nos) conectaba y unía en cierta forma, el tacto en choques de hombro y en la pantalla táctil el touch, los cruces, los desencuentros.

Había una paranoia por conectarse a internet, conseguir y tener cosas, suplir “necesidades” y estar “a tiempo”, tan presas de un retraso ilusorio como de un modelo impuesto, al que seguimos obedeciendo día tras día; presas de la red y la red misma. Necesidades, preocupaciones, criterios prefabricados por un modelo económico. Tendemos a creer que necesitamos mucho, siempre más, tenemos que tener, necesitamos capitales que nos sirvan de sustento también cuando seamos inservibles, es decir improductivos económicamente. Hay quienes lo somos innatamente, según los parámetros de lo establecido no servimos; no existimos, cual errores no asumidos, absurdamente o no, existimos, al igual que todo lo que no se encuentra certificado, es decir controlado. Por el contrario, hay quienes se dedican a controlar, abarcar sin permitir que algo no les pertenezca o alguien no obedezca, ambicionando posesiones de todo tipo -ya que ven todo como una posible posesión- lo que pueda ser contabilizado y lo que no, en un registro que niega todo lo que escapa a su sistema de medición.

Estamos tan enfermas que definimos nuestra identidad según las posesiones, así nos alejamos cada vez más de lo que verdaderamente necesitamos. Nos cuesta o nos es imposible discernir qué es lo básico y lo esencial, que parece o es inalcanzable sin recursos materiales, porque carecemos de otros recursos, nos confundimos creyendo que es un producto y nos salvará, que podemos comprarlo -o robarlo- pero se trata de algo que escapa al mercado, aunque el lucro se haya extendido hasta las células. Algo nos empuja y controla más allá de nuestra voluntad, impidiéndonos experimentar lo fundamental de vivir, robándonos lo indefinible, controlándonos. Pero lo incalculado se opone a lo inculcado.

Se interpone un comercial de gafas anti-réflex (- iones) si te las quitas, te quemas. En el actual contexto pensar, “darse cuenta” duele, es un dolor escondido, inviable pero inevitable: cuántos ojos perdidos por querer ver, cuánta información oculta, cuanta vida desestimada… Incalculable.

No vemos lo momentáneo de la vida, así como tampoco asumimos nuestra propia fragilidad; podemos caer en cualquier momento, por cualquier razón o sin ninguna, así mismo olvidamos, sin darnos cuenta tampoco de cuánto abarca la indiferencia, misma que hoy nos mantiene como si viviéramos. Padecemos, mientras algunas personas agonizan, otras prohíben la muerte perpetuando esa agonía hasta su último aliento.

Unos pierden porque otros quitan, ganan quitando, robando cosas, tiempo, tranquilidad, vida, estafando. También están los que nunca pierden, porque no tienen nada o lo han perdido todo, o al contrario, han calculado y abarcado demasiado, viviendo tras sus excesivos recursos materiales acumulados, pudriéndose en tumbas de lujo, que jamás albergarían riqueza. Para algunos nada importa, ni la vida. Hay quienes están perdidos o quitados de sí mismos, tengan mucho, poco o nada. Parecen haber muchas combinaciones pero escasas opciones de ser diferentes ¿No podríamos valorar lo que no tenemos, o lo que tengamos; lo invaluable, lo incuantificable? ¿No podríamos prescindir de lo que creemos necesario y descubrir lo que verdaderamente necesitamos? ¿No podríamos abandonarlo todo?

¿Amor?

Nos hicimos de una máscara -o una pantalla- para poder vivir en sociedad, ahora agregamos una mascarilla que, momentáneamente, nos protege de su aliento infectado -nuestro aliento-, potencialmente venenoso, mortal -neoliberal-. ¿Cuándo no lo era? Nos acostumbramos a estar enmascarados, sobreviviéndonos.

Nuestra enfermedad viene de antes y la muerte nunca ha dejado de rondarnos en todas sus posibles formas, pero morir por injusticia parece ser una constante, una norma, parte de nuestro ciclo natural; alimentamos sistemas inoperantes donde el bienestar personal, colectivo y planetario -debido a nuestra actual nocividad- no está contemplado. Este parece nuestro devenir, nos abandonamos al control del capital y así nos encuentra esta pandemia, enfermas, desquiciadas personas productivas.

Sentía una paranoia de estar fuera de tiempo, de lugar. Sin pertenecer a nada, ser nadie… ser inútil.

En la calle había muy poca o nada de gente. Algunas nos mirábamos y tal vez dábamos un saludo escueto tras nuestras mascarillas. Otras parecían mirar únicamente la ruta, con la mirada fija y un andar más o menos rápido según volumen de compras, como si algo les persiguiera, o se les escapara… ¿Temor a encontrarse cerca o a cruzarse con otra persona? ¿Al contacto, al contagio, al cruce con la muerte? ¿A la calle, a la vida? ¿A encontrarse en soledad? ¿O solo querían llegar a casa, para estar de alguna manera a salvo? La híper conectividad, que parece inmune a todo, nos asiste en esta huida, “acompañando” nuestro padecer, fortaleciendo así su lazo con nuestra intimidad, afectándola, ofreciéndonos una sensación de seguridad o calma, tal vez de compañía.

La soledad quizá esté transformándose en una ilusión, así como en una necesidad para generar esa ilusión, y la de que no estamos solos. ¿Qué es hoy la soledad? ¿Cómo es hoy la soledad si disponemos de compañía virtual simulada las 24 horas, pudiendo conectarse las supuestas soledades, simultáneamente, sincronizadas en un espacio virtual compartido? ¿Somos capaces de asumir nuestra soledad? ¿Lo hemos intentado alguna vez? ¿Cómo viviríamos sin conexiones virtuales, sin relaciones virtuales, sin contexto virtual, si acaso, podemos distinguirlo?

Saludar puede ser simple, aun tras un objeto que recubre gran parte de nuestras caras, o aun a través de un objeto, de un teclado o pantalla táctil, de una imagen, un audio, una nota en papel, un sonido. Se han expandido las comunicaciones, ¿pero qué pasa con los gestos? Se han transformado y expandido también ¿se han disuelto? ¿Se conservan en el silencio? Los gestos son tan significativos porque demuestran la importancia de relacionarse (ya sea consigo mismo u otro) mientras que proponen una manera de hacerlo, aunque sea en una acción mínima, expresan una posibilidad de intercambio tras lo que nos oculta (o potencia), la mascarilla u otros añadidos, algo propio, esencial: revelan una intención, una primera voluntad de comunicarse o compartir algo, aunque no sepamos qué es.

Vivimos y compartimos una incógnita que nos trasciende.

Tal vez incorporemos algo perdido en las costumbres, secuestrado, neutralizado, negado a la educación, olvidado en la inconsciencia implantada por el capitalismo: el sentido de una humanidad sensible, reconocernos como seres vulnerables, protegernos y tal vez sanarnos.

Tal vez podríamos ganar perdiendo.

Confinamiento, Plaza Corazón de María
San Francisco, Bilbao
Marzo, abril, mayo de 2020

Daniela Rojas Gajardo

Daniela Rojas Gajardo. En composiciones que reflejan la mirada incompleta de una naturaleza que integramos y desconocemos, indago en el desarrollo de un lenguaje plástico, a partir de un trabajo interdisciplinar influenciado por las formas invisibles que el desarrollo tecnológico nos permite, en parte, avistar. 

Del misterio que nos ronda y habita, se nutre un imaginario que plantea reflexiones en torno a lo orgánico, en su dimensión estética y biológica, lo interior, lo exterior, el cuerpo, los contornos mutables de la identidad, la distancia y el vacío. 

Desde la cerámica, experimento tránsitos que me parecen ambivalentes, construyendo formas que recuerdan lo intangible, suscitando un desplazamiento hacia lo imaginario, lo ambiguo, lo abstracto o lo abyecto. 

El barro es un material orgánico que me permite tanto investigar como experimentar sus ciclos de transformación. Al convertirse en cerámica, el proceso escapa a lo visible tanto como a lo certero, siendo esta etapa la más insegura para el proceso, la obra y el alma; se produce un cambio definitivo, vinculado de igual manera a la incertidumbre. 

Creo que el proceso creativo remite constantemente a un ciclo de transformaciones del cual resultan las obras. La incertidumbre de una visión fragmentada se corresponde con los posibles trozos de una pieza de cerámica rota o en construcción, como las partes que conforman la totalidad de una pieza, o los táseles de un molde vacío. El proceso creativo puede abrir un espacio de experimentación directa y espontánea, de observación, conflicto, contradicciones, desarrolla un leguaje afectivo, abre posibilidades de encuentros inesperados, inexplicables, mágicos. 

En mi trabajo utilizo también otros soportes como la madera, la piedra, el metal, la cuerda, el cable, habitualmente se trata de materiales y objetos encontrados, recolectados o reciclados.