Llevo en el revés de la mano clavado tu nombre, tan profundo que ya nadie puede oírlo. Allá al fondo pequeña y contingente juegas a ser posible.
Te cuelas por mis gestos más torpes, sin dar aviso. En una especie de entender no entendiendo, te pongo límites para que seas libre: Hoy debes renunciar a dar cuenta.
Todo ocurrió como por accidente aquella noche. Se levantó una parte inasumible de mí, mientras tú ibas liberándote del peso. Pude ver entonces como vuestras lenguas de llama se entrelazaban de la manera en que discurren los muertos. Llegamos al final desde donde empezamos.
Quién soy yo, pues, para hacer o no hacer si fuiste tú quien hizo mi conducta desordenada. ¿Qué te pensabas? Eres así, lo das todo. Nosotros siempre todo. Una y otra vez. El tema es siempre el mismo, ¿cuántas veces cae un ángel? Es esto, lo nuestro; un sentimiento herido, un desgarro; es tocarnos así.
¿Que te pasa? Dímelo claro: te sientes sola en el mundo interpretado. Ya nadie se acuerda de ti, sólo la tristeza. ¿No piensas acabar nunca?
¡Ven! ¡Préndeme fuego!